Siguiendo con las bienaventuranzas, hoy daremos un vistazo a la segunda: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados"
Todos podemos llorar de enojo, gozo, pérdida material, dolor... en fin, son tantas las cosas que nos hacen llorar. No obstante, ninguno de esos motivos es al que se refiere Jesús cuando dijo: "Bienaventurados los que lloran..."
Jesús hace referencia a un lloro provocado por la convicción y reconociemiento de pecado. Y también a la compasión que podamos tener de la condición espiritual de los que nos rodean.
Cuando estamos verdaderamente arrepentidos de nuestro pecado, las lágrimas que brotan son enjugadas por Dios pues por él somos consolados. ¡No hay cosa más maravillosa que saber que el mismísimo Dios del cielo y la tierra viene a consolarnos cuando reconocemos que le hemos fallado!
También es fatástico saber que si en verdad lloramos de compasión por la condición espiritual de los que nos rodean, seremos consolados al ver la mano del Señor moverse en favor de la salvación de ellos. Y muy probablemente nos pedirá que vayamos por ellos y así sería aun mayor nuestra consolación, pues seríamos partícipes al ir hacia ellos para mostrarles el plan de salvación.
Si queremos ser Bienaventurados y consolados, debemos experimentar un verdadero arrepentimiento de todos nuestros pecados, no uno del diente al labio. Este es un buen momento para arrepentirnos y ser consolados por él.
El pecado es delicioso y placentero... ¡pero solo por un momento! Más la consolación del Señor es para siempre.
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