Si es bien cierto, Dios es amor y misericordioso, llega un punto en el que castiga.
La biblia nos muestra muchos casos en los que Dios decide castigar a personas y ciudades porque sus pecados son tantos que llegan al colmo y suben uno encima de otro hasta su trono.
Eso nos enseña que hay ocasiones en las que Dios no titubea en castigar a quien sea por su multitud de pecados.
En los primeros dos capítulos del profeta menor Amós, encontramos que Dios está cansado de los pecados de Aram, Filistea, Fenicia, Edom, Amón, Moab, Judá e Israel que decide castigarles y literalmente dice:
“Pues bien, estoy por aplastarlos a ustedes como aplasta una carreta cargada de trigo. Entonces no habrá escapatoria para el ágil, ni el fuerte podrá valerse de su fuerza, ni el valiente librará su vida. El arquero no resistirá, ni escapará con vida el ágil de piernas, ni se salvará el que monta a caballo. En aquel día huirá desnudo aun el más valiente de los guerreros, afirma el SEÑOR”. (Amós 2:12-16)
Esas palabras reflejan claramente que nada puede salvarnos de la ira de Dios cuando él decide castigarnos. Por ello, es importante reaccionar a tiempo y abrir los ojos para darnos cuenta de la cantidad de pecados que estamos cometiendo, no vaya a ser que lleguemos a un punto sin retorno, en el que Dios deba castigarnos.
Es de recordar que el Señor no tiene hijos consentidos, por lo tanto, no importa si somos líderes o pastores, si estamos en pecado y no nos arrepentimos a tiempo, el castigo de Dios vendrá sobre nuestras vidas como parte de las consecuencias que estamos sembrando.
Es más, si ponemos atención a la lectura de Amós nos daremos cuenta que Dios también castigó a su pueblo amado, así que si Israel y Judá fueron castigados ¿Qué nos hace pensar que Dios pasará por alto nuestro pecado?
Lo único bueno de todo esto es que si ya estamos probando la amargura del castigo divino, es con el propósito de que reflexionemos y retornemos a él.
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