Un día, cuando ya tenía una avanzada edad, mientras oraba se quedó dormido y soñó que la almohada que tenía cerca se encendió repentinamente y terminó consumandose. Él despertó de su visión y al instante intuyó que Dios le estaba revelando que su muerte sería en la hoguera por causa del evangelio.
No muchos días después de haber soñado, las autoridades romanas enviaron unos soldados con el fin de atraparlo y ejecutarlo. Los amigos de Policarpo, al darse cuenta de las intenciones de los soldados le propusieron que se escondiera, pero él no quiso. De modo que él mismo les hizo pasar a su casa y mandó que les prepararan una buena comida.
Los soldados por su parte se miraban unos a otros y sintiéndose un poco culpables se decían en secreto: "¿Y para atrapar a este pobre anciano hemos hecho tanto alboroto?".
Después de haber comido, Policarpo les dijo: "Señores, cumplan con las órdenes que les han sido dadas". Entonces le tomaron y se lo llevaron.
Nicetes y su hijo Herodes, llamado el príncipe de paz, fueron al encuentro de los soldados y Policarpo. Hicieron desmontar a Policarpo y le acomodaron en su carro de caballos. Así pensaron persuadirle que negase a Cristo, diciendo: —¿Que te cuesta solamente decir ‘Señor emperador,’ y ofrecer holocausto o incienso ante él, para salvarte la vida?
Policarpo se matuvo firme y siempre les dijo: ¡Jesús es Señor!
Como no lograban convencerle, le golpearon muy fuerte. Pero él se mantuvo en silencio a pesar del dolor. Cuando al fin habían llegado al lugar de la ejecución le propusieron una vez más que negase a Jesús y le rindiera culto al emperador, sin embargo Policarpo les dijo:
He servido a mi Señor Jesucristo durante 86 años y él nunca me ha causado daño alguno. ¿Cómo puedo negar a mi Rey, que hasta el momento me ha guardado de todo mal, y además me ha sido fiel en redimirme?
Al escuchar ese testimonio, el gobernador amenazó de echar a Policarpo al foso de las fieras.
—Tengo listas las fieras y te echaré entre ellas, a menos que cambies de pensar- le dijo el gobernador.
Policarpo contestó sin temor alguno: —Qué vengan las fieras, porque no cambiaré mi fe. No es razonable cambiarnos del bien al mal por razón de las persecuciones; mejor sería que los hacedores de maldad se convirtiesen del mal al bien.
El gobernador respondió: —Está bien, si no quieres negar tú fe y a las fieras no les tienes miedo, te vamos a quemar.
Y en efecto, lo amarraron a un madero. Y antes de que su verdugo le prendiera en fuego pidió que le dejase hacer una última oración en la que dijo a Dios:
"Te ruego, ¡oh, Señor! que me recibas este día, como una ofrenda, de entre el número de tus santos mártires. Cómo Tú, ¡oh Dios verdadero, para quien el mentir es imposible!, me preparaste para este día, y me avisaste de antemano; ya lo has cumplido. Por esto te agradezco, y te alabo sobre todo hombre, y glorifico tú santo nombre por medio de Jesucristo tú Hijo amado, el Sumo sacerdote eterno, a quién, junto contigo y el Espíritu Santo, sea la gloria ahora y para siempre. Amen".
Cuando dijo el "Amén", el verdugo lo prendió en fuego. Y, según se cuenta, mientras se quemaba, miraba al cielo con una agradable sonrisa, como si el mismo Señor Jesús lo estuviera recibiendo en aquella noche de verano del año 168 d.C.
¿Acaso esta historia no es suficiente para inspirar nuestra fe? El personaje de hoy nos muestra que debemos tener determinación al seguir a Cristo. Que debemos procurar nunca negar nuestra fe.
Y negar la fe significa darle el trono de nuestro corazón a cualquier otra cosa o persona que no sea Jesús. Por ejemplo, si puedes vivir un día sin platicar con Dios en oración, pero no puedes vivir un día sin actualizar tu perfil en facebook, quiere decir que esta red social se ha vuelto tu señor.
¡QUE NADA TOME EL LUGAR DE JESÚS EN TU CORAZÓN!
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